Yo, Ciervo Fuerte, siento que debo demostrar una devoción especial a nuestra madre para conseguir sus favores. Del cinturón cuelga mi cuchillo, y en la mano va mi lanza. Lo demás que necesito está en el zurrón que llevo al hombro. Mi pequeño hijo Halcón Ligero va a mi lado, con la confianza ciega que tiene un niño de esa edad. Después de un rato de camino, hemos llegado a la gruta sagrada. Enciendo una antorcha y penetramos en su interior. Halcón Ligero mira curioso las pinturas de las paredes, pero lo llevo más adentro. Lo conduzco hasta un lugar donde no hay ninguna pintura. Entono el cántico ceremonial. Al terminar, saco del zurrón un odre con tinte rojizo y lo vierto en un cuenco. Le hago una señal a Halcón Ligero y pone su mano en la pared. Sorbo el tinte con una caña y lo pulverizo hasta que quedo satisfecho. Sonrío, y retira su manita. Ahora está protegido por nuestra madre, y no morirá como sus hermanos.

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