Katia estaba más cansada que de costumbre. Dormía poco, pero su último tiempo de descanso se había visto perturbado por pesadillas. Cuando se levantó, las echó a un cubo de basura imaginario y se preparó para su actividad diaria. Tacones, ropa provocativa, falsa sonrisa. Todo bajo la vigilancia implacable de quienes se habían convertido en los dueños de su vida y de su persona. Que más le daba soñar con monstruos, cuando los de verdad los tenía en el día a día. Apostada en la noche como una falsa diosa del placer, intentaba vaciarse de pensamientos, para no pensar en el próximo cliente. La noche era fría, pero ella recordaba los inviernos nevados de su lejana patria. También desechó esos pensamientos, para que no se le corriera el maquillaje con las lágrimas. Los posibles clientes se estaban demorando. Cerca aparcó un coche, del que se bajaron dos mujeres. Se acercaron a ella portando un termo y vasos desechables. Una de ellas le habló:
– ¡Hola! ¿Te apetece un café?
Mil pensamientos le pasaron por la cabeza. Había escuchado hablar de ellas, aunque esa era la primera vez que se le acercaban. Le habían dicho que eran gente amable, que intentaban ayudarlas, incluso liberarlas. Aceptó su ofrecimiento y permitió que le hablaran. Quizás todavía quedaba una salida para ella. La esperanza de escapar de los verdaderos monstruos.

¿Me invitas a un café?
Agradezco tu colaboración para poder seguir compartiendo en el blog.
1,00 €