Todo se quedó en silencio con la última claridad al ir acabando el día. La cruz se quedó vacía, a un lado abandonada la cruel corona de espinas con la que fue atormentado el puro Cordero Santo en su postrer sacrificio, y su sangre derramada tiñó la tierra del monte como mudo testimonio de su dolorosa agonía. Todo se ha cumplido, dijo al exhalar su alma y su noble rostro quedó pálido y sereno. Sus amigos lo bajaron de su lugar de tormento en su postrer homenaje a quien habían amado sin entender todavía lo que allí había pasado, que el Santo Hijo de Dios fue ofrecido en sacrificio por los pecados del mundo abriendo el camino al Padre para todo aquel que crea.
Auxiliadora Pacheco M. Todos los derechos reservados.

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